Las provincias contraatacan. Regionalismo y anticentralismo en la literatura peruana del siglo XX.

En busca del orden perdido. La idea de la Historia en Felipe Guaman Poma de Ayala (Christian Bernal Méndez)

La república de papel. Política e imaginación social en la prensa peruana del siglo XIX (Lis Arévalo)

El viaje que nunca termina (La verdadera historia de Sarah Ellen) (Catherine Lozano Muñoz)

Como los verdaderos héroes (Lenin Heredia Mimbela)

El rey siempre está por encima del pueblo (Juan Francisco Ugarte)

Buda Blues (Lenin Pantoja Torres)

Ayuda por teléfono y otros cuentos (Francisco Ángeles)

Nocturama (José Carlos Picón)

Cadáveres (Andrés Piñeiro)

Contra el sueño de los justos: la literatura peruana ante la violencia política (César Augusto López Núñez)

 

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Política y marginalidad

por Juan Francisco Ugarte

 

Daniel Alarcón
El rey siempre está por encima del pueblo
Lima: Seix Barral, 2009. 168 pp.

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Para Daniel Alarcón (Lima, 1977), la publicación de “Ciudad de payasos”, su primer cuento, en las páginas de The New Yorker funcionó no sólo como puente hacia un temprano reconocimiento, sino también como primera evidencia de lo que luego sería un lugar común en la crítica literaria: el escritor estadounidense, nacido en Perú, que escribe en inglés sobre su país de origen. Esto sin agregar que emigró a los tres años, que toda su formación literaria ha sido forjada en Estados Unidos, que leyó por primera vez a Vargas Llosa en inglés y que por mucho tiempo no supo nada, o casi nada, salvo nostálgicas anécdotas familiares que, acaso por eso mismo, resultaban siempre vacías y sin contexto, acerca del Perú, un país lejano, desconocido, carente de significado para su entorno.

Sin embargo, al margen de aquellas valoraciones biográficas que lo etiquetan como un escritor “extranjero” que analiza la compleja y tercermundista realidad peruana, su primer libro, Guerra a la luz de las velas, es el conjunto de once relatos cuyas matrices abordan y se difuminan en los fundamentos de lo transcultural y heterogéneo. En estos cuentos, se destaca la visión doble, paralela, enfocada sobre dos panoramas culturales disímiles y, por momentos, irreconciliables. Alarcón, con Guerra a la luz de las velas, consigue enraizar un nuevo método para entender ciertos modelos preconcebidos. Precisamente en “Ciudad de payasos”, relato clave para su carrera como escritor, nos enfrentamos ante una violenta y cruda representación de los procesos tanto relacionales como de supervivencia de cierto grupo de sujetos inmersos en un determinado ambiente social. De esta manera, se le concede al lector, a través de recursos narrativos, aprehender de forma natural y casi irreflexiva un mundo caótico que se derrumba sobre el destino de los personajes. Por ello, el cuento goza de una concreción estilística necesaria para los mecanismos estructurales dentro de los cuales se enmarca la historia. Para Daniel Alarcón, Guerra a la luz de las velas significó una oportunidad de abrirse espacio dentro de dos tradiciones literarias totalmente opuestas y que, sin embargo, en este libro se conjugan mediante un hilo poco visible y subtextual, descubierto tan sólo bajo la idea de un sincretismo cultural.

Los mismos recursos son utilizados en la novela Radio Ciudad Perdida. Sin embargo, esta vez los resultados son distintos. La lectura no produce la misma intensidad narrativa que la anterior, ni tampoco se define tan cuidadosamente como aquella. La construcción del espacio, así como de la ambientación histórica, se origina a partir de distintos modos de comprender un momento específico de la historia del Perú. Así, temas como el de la violencia política (muy asimilado por Alarcón) y la marginalidad de los sujetos, son apropiados al discurso ficcional desde una perspectiva externa y, en algunos casos (como en esta novela), representados por intermedio de códigos completamente ajenos a ellos. Esto impide que el relato, dejando de lado cualquier aspecto formal, se concretice en su totalidad y delimite un mundo representado en sus extensiones más coherentes e integrales. Radio Ciudad Perdida es el intento por adaptar los modos orgánicos propios de las narraciones cortas a un proyecto de largo aliento no del todo finalizado.

El complejo, aunque breve, conjunto que significa la obra de Alarcón se define mediante dos ideas centrales, expresadas panorámicamente arriba: las relaciones entre los sujetos y la política, y la representación de lo marginal. Temas esbozados tanto en su primer libro como en su novela, pero sin duda severamente matizados en su última colección de cuentos: El rey siempre está por encima del pueblo. Desde el título somos testigos de las condiciones de verticalidad que se establecen entre dos segmentos sociales que, no obstante, se encuentran en una invariable confluencia. Con este libro, Alarcón se aleja de ciertos puntos comunes exhibidos en sus otras obras (como el tema del conflicto armado en el Perú, por ejemplo) para introducirse por completo en el desarrollo, no siempre directo, de la incidencia de lo político sobre los sujetos, sin dejar de lado la atmósfera de marginalidad con que recubre sus historias.

Cabe indicar que, si bien en la mayoría de cuentos encontramos cierto cariz político, esto no implica que los textos sean imágenes manifiestas de ello. A Alarcón no le interesa el tema político en sí, sino en cuanto éste se posiciona de alguna forma sobre la conciencia de los individuos sociales e influye en sus actos cotidianos. Así, la política no es un dominio desvinculado del sujeto; por el contrario, en El rey siempre… cualquier variable puede interpretarse mediante actores y momentos políticos, o entre otros. El relato que da nombre al libro es un claro ejemplo de esto, así como “Los Miles”, “El presidente Lincoln ha muerto” e incluso “Los sueños inútiles”. Por otro lado, el tratamiento que se les da a estos tópicos se diferencia de los textos anteriores en tanto que ahora la visión es más ligera, o acaso cínica: en el mencionado cuento “El presidente Lincoln ha muerto” se personifica a un Abraham Lincoln joven, homosexual, soñador y algo ingenuo; lo mismo sucede, aunque con distintas magnitudes, en “Los sueños inútiles”, donde un presidente es cogido por una bala perdida, absurda, sin rumbo y debe, por ello, amputarse la pierna; o “El presidente idiota”, nombre que se la da a una obra de teatro representada en el interior del país.

Otro aspecto importante subrayado en El rey siempre… es el acercamiento que se realiza entre la instancia más alta de cualquier sociedad (llámese rey o presidente) y los individuos comunes. Observamos, de este modo, a un médico envuelto inesperadamente con el poder; a un joven algo confundido y desorientado, cuya conciencia de la realidad se consuma a partir de sucesos políticos pasados (una dictadura); o incluso el conocimiento de los deseos e intereses más íntimos de un presidente a través de la voz de un sujeto cualquiera, sin trascendencia pública, únicamente bajo la experiencia personal de los vínculos afectivos. En este sentido, la barrera entre ambos espacios se desvanece para abrir una dimensión distinta, en donde los poderes se articulan mediante una lógica fundada en las conexiones continuas, a veces directas, y otras no tanto. Así, el patrón general que subyace sobre estos cuentos reside en la idea de componer los mundos a partir del reconocimiento de los dominios dispares y lejanos señalados, en lugar de instaurar una verticalidad completamente preestablecida y estereotipada.

Daniel Alarcón, por otro parte, se reafirma con este libro en su adscripción a una práctica literaria, ya bastante recorrida, de lo marginal. Por ejemplo, en “Los Miles” se relata la historia de una comunidad migrante que se apropia de un terreno olvidado en las afueras de la ciudad. El cuento posee esa capacidad de expresión coral propia de las narraciones grupales, en las cuales la voz es referida no sólo por un sujeto, sino principalmente por una colectividad que se opone ante un poder más grande y con visos tiránicos. Por ello, se utiliza el recurso narrativo de la primera personal del plural: “En este lugar criaríamos a nuestros hijos. En este lugar construiríamos nuestras vidas” (pág. 47). Con la temática marginal, Alarcón se acerca a la línea de autores como Congrains o Zavaleta. Sin embargo, es más preciso delimitar puntos de contacto con Ribeyro, sobre todo si pensamos en relatos como “Al pie del acantilado”, donde se observa a una comunidad enfrentada, si bien no frontalmente, contra un Estado oculto y opresor, que los obliga a realizar ciertas acciones en beneficio propio. En el caso de “Los Miles”, Alarcón privilegia una dicotomía frecuente en nuestra narrativa desde los años 50 y que se define bajo los términos de oficialidad-marginalidad. Al final del relato, las personas involucradas en la posesión del terreno son testigos de cómo en la ciudad, lo que entendemos como el círculo oficial de una determinada comunidad, la prensa se sorprende ante la multitud reunida y por ello le colocan el nombre de “Los Miles”. Los modelos literarios de los que se nutre este texto, así como otros de Guerra a la luz de las velas, manifiestan el interés de Alarcón por representar formas plenamente constituidas en nuestra tradición, sólo que ahora a través de un manejo distinto de la técnica y de un enfoque más externo, alejado de cualquier intento totalizador.

Respecto a otros elementos de El rey siempre… podemos señalar que estos cuentos, a diferencia de algunos del primer libro, carecen de un desarrollo de representación integral. Así, en la mayoría de textos se desperdician muchos aspectos que, en el proceso de lectura, aparecen como datos relevantes, acaso imprescindibles, para el desenvolvimiento de las historias, pero que luego son opacados por una serie de episodios poco funcionales para el relato. Esto es evidente en “El presidente idiota”, en el cual uno de los personajes, llamada Tania, parece en principio apoderarse de toda la atención narrativa para, luego de algunas páginas, dejarla de lado y olvidar, u omitir, alguna participación relevante sobre la trama. Algo similar sucede en “El puente” y “El rey siempre está por encima del pueblo”. Ésta constituye la mayor deficiencia de la colección: en lugar de explotar ciertos elementos factibles y en algunos casos necesarios para la historia, se desvía el relato por destinos menos atractivos e interesantes. Alarcón opta por un tipo de literatura sin riesgos y que, por lo tanto, resulta siempre equilibrada, sobria, aunque por momentos poco llamativa para el lector.    

Existe, sin embargo, una excepción: “Los sueños inútiles”. Este cuento significa un cambio en la narrativa de Alarcón. Fuera de toda sensación tradicional y estabilizada, el texto se configura a partir de ciertos modos representativos tomados de la sátira y la ironía, intercalados con formas propias del género epistolar, donde advertimos pequeños lazos con la obra de Manuel Puig (sobre todo Boquitas pintadas). En “Los sueños inútiles” se narra la historia de un presidente burlado por la fatalidad y el orgullo, asimismo se muestra la degradación progresiva de un Estado desde los niveles más altos hasta los más bajos. Alarcón aquí se apodera absolutamente del lenguaje y las técnicas narrativas para componer sin duda el texto más logrado del volumen.  

Podemos señalar, en líneas generales, que El rey siempre… no constituye aún una obra madura, propia de un escritor con pleno dominio de sus capacidades; por el contrario, el libro se caracteriza fundamentalmente por no concretar una estructura específica de lo narrado y por una limitada utilización de algunos recursos no tomados en cuenta en las historias. En dirección regresiva, Alarcón no consigue superar su primera entrega, restringiendo sus propios alcances dentro de los parámetros de los relatos tradicionales y carentes de riesgos narrativos.  

 

 

 

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